lunes, 30 de diciembre de 2013

Los celtíberos que adelantaron el Año Nuevo

En un par de días será 1 de enero y con él llegará el Año Nuevo. Pero, ¿por qué celebramos el Año Nuevo precisamente ese día? El 1 de enero no tiene ningún significado astronómico especial. Cuando llegue, el solsticio de invierno habrá pasado hará ya una decena de días, y aún quedarán tres más para que la Tierra llegue al perihelio (el punto de su órbita más cercano al Sol). La elección del 1 de enero tiene más que ver con las vicisitudes de la historia, y os sorprenderá descubrir que un puñado de celtíberos rebeldes del siglo II a.C tuvieron bastante que ver en ello.

Calendario Romano. Fuente.
El calendario romano era un lío tremendo, o al menos lo era antes de que Julio César se encargase de arreglarlo. Originalmente tuvo 10 meses, y un número cambiante de días se añadían al final de modo que el equinocio de primavera cayese en el mes de marzo, a la sazón el primer mes del año. Ésta puede ser la razón de que septiembre, octubre, noviembre y diciembre hagan referencia a los números siete, ocho, nueve y diez, pese a estar actualmente de la posición novena hasta la duodécima. Se atribuye a Numa Pompillius (s. VIII-VII a.C), el mítico segundo rey de Roma, el haber introducido en el calendario los meses de enero y febrero. Estos doce meses sumaban 355 días y, para que el calendario no se separase demasiado del año solar, de cuando en cuando se añadía un Mensis Intercalaris entre el 23 y el 24 de febrero. Aunque hay diversas opiniones respecto a si enero y febrero se pusieron originalmente al comienzo del año o al final, lo cierto es que las celebraciones tradicionales de nuevo año, el Anna Perenna, siguieron teniendo lugar el 15 de marzo.

Pero queda otro ingrediente fundamental para entender el calendario romano. Para introducirlo, hay que recordar que en la República Romana habitualmente no se numeraban los años. Cierto es que ocasionalmente se hacía referencia a los años desde la fundación de la ciudad (sobre todo en los años finales de la República) o a la cronología de las Olimpiadas griegas, pero cuando un romano se refería a algún evento del pasado cercano lo más habitual con diferencia era mencionar a los dos cónsules elegidos aquel año, los máximos líderes político-militares de Roma. Por ejemplo, podríamos decir que Cicerón nació el a.d. III Nonas Ianuarias Q. Servilio Caepione C. Atilio Serrano coss., y cualquier romano entendería que se refiere al 3 de enero del año 106 a.C. Más aún, si un historiador menciona que cierta batalla ocurrió a comienzos del año de tal y cual cónsul, se refiere al comienzo del año consular, un año que empezaba el día en el que los cónsules comenzaban su mandato. De un modo que actualmente nos resulta muy difícil de entender, los cónsules eran el año.

Era una tradición tan fuerte que sobreviría al Imperio, al menos hasta que el 537 d.C. Justiniano introdujo la datación por el año de reinado del emperador. Durante la República Romana hubo varias fechas en los que los cónsules y el resto de magistrados comenzaban su mandato. Desde el año 222 a.C. en adelante, esa fecha sería el mencionado 15 de marzo, los famosos Idus de Marzo de los que tanto se tuvo que cuidar Julio César siglo y medio después, y también la mencionada fecha de las tradicionales celebraciones de Anna Perenna. Desde aquel 222 a.C., la fecha de elección de los magistrados cambiaría una única vez.

Guerreros celtibéricos en una cerámica numantina. Fuente
La historia del cambio definitivo del calendario consular comienza en Segeda, una ciudad de la tribu celtíbera de los belos, situada en el valle del Jalón, en la actual Comarca de Calatayud (provincia de Zaragoza). Estamos en el año 154 a.C., y los segedanos estaban ampliando su muralla para acomodar a su creciente población. Esto iba contra los acuerdos de Sempronio Graco, un pacto entre Roma y algunas ciudades celtíberas que había mantenido la paz en la región durante más de veinte años. El Senado Romano pidió que parasen las obras de ampliación de la muralla y que se pagasen los tributos que la ciudad adeudaba, algo a lo que los segedanos se negaron. Roma vio la oportunidad que esperaba para pacificar definitivamente la región, y sabiendo cómo se las gastaban los celtíberos decidió no dejar nada al azar. Bajo el mando del cónsul Nobilior, dos legiones completas de italianos (10.000 soldados) junto a 20.000 auxiliares (la mitad de ellos reclutados en el camino) marcharon hacia Segeda. Y, quizás para sorprender a los segedanos antes de que su muralla estuviese completa, por primera vez en aquel año de 154 a.C se decidió que los magistrados se elegirían el 1 de enero, las Kalendas Ianuarius.  

Al llegar las tropas de Roma, Segeda estaba vacía, abandonada por sus habitantes. Nobilior se lanzó a lo que, equivocado, creía una simple persecución. Los segedanos habían sido acogidos por la ciudad celtíbera arévaca de Numancia (cerca de Garray, Soria), y las tropas conjuntas de ambas ciudades tendieron una emboscada al ejército de Nobilior, asestándole una severa derrota. De los 10.000 soldados italianos, perecieron 6.000, sin que se conozcan las bajas de las tropas auxiliares, una derrota tan grande que su aniversario, el 23 de agosto, quedaría marcado como día nefasto en el calendario romano. Tras sufrir una segunda derrota a las puertas de la ciudad de Numancia, esta vez pese a contar con la ayuda de los númidas y sus diez elefantes de guerra, Nobilior tuvo que retirarse a su cuartel de Renieblas (provincia de Soria), hostigado por numantinos, segedanos y el cruel invierno de la Meseta. Al llegar el año siguente, el nuevo cónsul, pese a las tropas de refuerzo que traía, no pudo más que reconocer la derrota y firmar una tregua con los celtíberos. La tregua duraría unos ocho años, tras la cual Numancia lideraría la resistencia frente a Roma en lo que sería la tercera y última Guerra Celtibérica. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.

Lo cierto es que, si bien el 15 de marzo era buena fecha para elegir a los cónsules si iban a empezar en primavera una campaña en el sur de Italia, el 1 de enero era más apropiada si año sí y año también un ejército consular debía llegar a la Celtiberia en primavera. De este modo, desde aquel 154 a.C., el 1 de enero sería la fecha en la que se elegirían a los magistrados, una fecha que sobreviviría a las reformas de Julio César y continuaría hasta el final de la institución consular, después de la caída de Roma. No es difícil imaginar que si aquellos celtíberos del siglo II a.C. hubiesen sido un poco menos duros, quizás nosotros, herederos del calendario romano, no estaríamos preparándonos para celebrar el Año Nuevo el próximo 1 de enero.

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viernes, 20 de diciembre de 2013

Cruel Britannia, Ian Cobain

En "Cruel Britannia, a secret history of torture", Ian Cobain explora la desconocida historia del uso de la tortura por una de las potencias del occidente liberal.

Le hubiese sido fácil retrotraerse más en el tiempo, pero su historia de la tortura en Reino Unido comienza en marzo de 1939, cuando el gobierno británico crea una organización especializada en interrogar prisioneros. Centenares de posibles quintacolumnistas, espías y centenares de prisioneros de guerra fueron torturados en pisos francos en diversos lugares de Londres, todo ello a espaldas de la Cruz Roja. La privación de sueño y de alimento suficiente, un régimen de ejercicio extenuante, temperaturas extremas y ocasionales golpizas eran procedimientos habituales en los interrogatorios, que continuaron durante los meses inmediatamente posteriores al fin de la guerra. 

Estas prácticas se extendieron a la zona de ocupación británica en Alemania. Documentos desclasificados en 2005 permitieron conocer la historia del centro de interrogatorios de Bad Nenndorf, que operó hasta mediados de 1947. En él, 372 hombres y 44 mujeres (sospechosos de simpatizar con el nazismo, pero también varios comunistas) fueron torturados durante meses, en algunos casos con el uso de instrumentos de tortura de la Gestapo y resultando en la muerte de los prisioneros. Pero Bad Nenndorf podría ser la punta del iceberg, pues un puñado de centros similares operaron en diversas zonas. 

Como todo aquel que haya visto la magnífica película de Gillo Pontecorvo sabe, por desgracia los procesos de descolonización ofrecen una oportunidad para el uso de la tortura a gran escala. El libro ofrece información sobre su uso durante la sangrienta rebelión de los Mau Mau) en Kenia (con más de 12.000 asesinados) y más tarde en las revueltas de Adén y Chipre. Las brutales técnicas que se utilizaron en estos países (particularmente en Kenia, dónde a manos de las fuerzas británicas los prisioneros "recibieron latigazos, palizas, fueron electrocutados, mordidos por perros y encadenados a vehículos y arrastrados. Algunos fueron castrados. [...] No era raro que alguno muriera por culpa de las palizas."), fueron dando paso a otras "más civilizadas" como la privación sensorial. 

Un informe del Intelligence Corps describía las llamadas "Cinco Técnicas" usadas habitualmente por los interrogadores británicos: dieta insuficiente, privación del sueño, mantener encapuchado al prisionero, hacerle escuchar "ruido blanco" de forma continuada y obligarle a mantener posiciones dolorosas durante horas. Estas cinco técnicas (y una sexta —implícita— de golpear al prisionero si se negaba a obedecer), fueron usadas a gran escala en los disturbios de Irlanda del Norte durante 1971 y 1972. 

La prohibición de las "Cinco Técnicas" en 1972 dio paso a dos estrategias. La primera se puede resumir perfectamente en el dicho castellano de "hecha la ley, hecha la trampa": en parte debido a varios subterfugios legales, las "Cinco Técnicas" han seguido siendo usadas por los británicos. El libro ofrece varios ejemplos de prisioneros bajo la custodia británica en Iraq y Afganistán que fueron torturados, alguno hasta la muerte, por tropas británicas. La segunda, usada extensivamente por Estados Unidos tras los atentados del 11S, es el uso de autoridades de terceros países para torturar a los prisioneros. El libro contiene, por ejemplo, el caso de varios ciudadanos británicos que fueron torturados por el servicio secreto paquistaní bajo indicación de las autoridades británicas. 

Ian Cobain consideraba la tortura como algo completamente ajeno a la cultura y tradición británicas, y no estaba preparado para aceptar que algunos políticos británicos hubiesen decidido infligirla a sus propios ciudadanos. Pero los documentos y declaraciones que fue recopilando para escribir este libro le mostraron cuan lejos estaba Reino Unido de ser el campeón de los derechos humanos que pretendía ser. Según las palabras del autor, «en las islas del juego limpio, se asume que el uso de la tortura no es posible, porque es impensable». Pero si indagamos un poco más, descubriremos que «lejos de ser una nación que no permite la tortura, Reino Unido la ha estado empleando por generaciones y por multitud de motivos».