lunes, 29 de abril de 2013

Células inmortales

Como parte del proceso de diagnóstico de un cáncer, los médicos procedieron a hacer una biopsia del cuello de útero de Henrietta Lacks. Cuando George Otto Grey colocó algunas de esas células en un cultivo, descubrió que seguían dividiéndose mientras que tuviesen nutrientes y se mantuviesen las condiciones adecuadas. La joven Henrietta moriría meses después pero las células obtenidas en aquella biopsia no dejaron nunca de dividirse. Se habían vuelto inmortales.

Hoy en día las células descendientes del cáncer de Henrietta pueden encontrarse en miles de institutos de investigación por todo el mundo. Las líneas celulares HeLa, llamadas así en honor de la paciente, han sido utilizadas en el desarrollo de la vacuna de la Polio y en otras investigaciones publicadas en más de 60.000 artículos científicos. Pese a sus problemas, su aberrante cariotipo (bajo estas líneas; se pueden apreciar los cromosomas "extra") y la contaminación con ADN del virus del papiloma humano, las líneas HeLa siguen siendo muy populares en la actualidad.
En los extremos de cada uno de los cromosomas hay una secuencia de ADN que no codifica ninguna proteína, los telómeros. En cada división celular, esta secuencia se acorta. Tras un número determinado de divisiones, el telómero se vuelve demasiado corto y la célula activa la secuencia de autodestrucción que tiene instalada de serie. Mutaciones genéticas desactivando éste y otros controles son los que permiten a las células cancerosas dividirse sin control. Casi siempre, la línea de células cancerosas se extingue al morir el paciente, pero eso no pasó en el caso de HeLa. Y aunque parezca extraño, esto ha ocurrido sin ningún tipo de intervención humana en, al menos, dos ocasiones.




En 1996 se describió por vez primera una enfermedad que desfiguraba el rostro de un diablo de Tasmania en la esquina nororiental de la isla de Tasmania. 17 años después, la enfermedad se ha extendido por prácticamente toda la isla. ¿Cuál era la causa? Pronto quedó claro que no se trataba de un microorganismo ni de un parásito; se trataba de un cáncer trasmisible por clonación.

Análisis genéticos de muestras del cáncer facial de los diablos de Tasmania (DFTD) tomadas en diferentes puntos de la isla pusieron de manifiesto que se parecían entre si mucho más que a los huéspedes respectivos. Posteriores estudios, que incluyeron la secuenciación del genoma del diablo de Tasmania y el del propio DFTD, sugieren que todos los cánceres provienen del mismo individuo (una hembra, fallecida a comienzos de los noventa). El cáncer sobrevivió a su huésped original, extendiéndose a otros Diablos. Mediante contacto físico, algunas de las células se trasmitían a un nuevo huésped, que desarrollaba la enfermedad (un clon del cáncer original) y a su vez la trasmitía a otros animales.



Este cáncer no responde bien a tratamientos, y termina matando al animal al impedirle ingerir comida y agua. El cáncer no sólo acabó con el huesped original; ha reducido la población de diablos de Tasmania en un 60% y es posible que acabe con el 40% restante en un plazo de unos 20 o 30 años si no se hace nada para evitarlo. Afortunadamente, hace un par de meses se publicaron avances que podrían concluír en el desarrollo de una vacuna.

No es el que amenaza con extinguir a este pequeño marsupial el único cáncer trasmisible por clonación en la naturaleza. El tumor canino trasmisible venéreo (CTVT) es muy común en perros de todos los lugares del mundo. Es menos agresivo que el anterior, raramente fatal y responde muy bien a un tratamiento de quimioterapia. Las primeras referencias conocidas a esta enfermedad venérea en los perros son de 1810 (en un libro sobre la salud de perros y caballos escrito por un tal Delabere Blaine). Al principio se pensó que podía ser un cáncer producido por un virus, como ocurre con el virus del papiloma humano, pero diversos trabajos indican que no es así: el CTVT es la línea de células procedentes de un mamífero más antigua de las conocidas hasta el momento.



En realidad, el CTVT ha estado extendiéndose desde hace mucho más tiempo. Estudios genéticos muestran que el primer huesped del CTVT vivió hace varios miles de años y que estaba más emparentado con las llamadas "razas antíguas" de perros (Husky, Chow Chow...) y con el lobo que con otras razas más modernas y comunes. Desde entonces, casi podría decirse que el CTVT se ha comportado como un organismo unicelular, con su propia carga genética, que parasita a los perros en casi cualquier lugar del mundo.

¿Puede un cáncer trasmisible por clonación producirse en humanos? Por lo que sabemos no hay nada que lo impida. De hecho ha ocurrido al menos una vez.

Un cirujano opera de urgencia a un hombre joven con un cáncer en el abdomen. Durante la operación, el cirujano se corta accidentalmente en la mano al hacer un drenaje. El paciente fallece por complicaciones tras la cirugía, pero su cáncer no moriría con él. Cinco meses después, al cirujano le sería extirpado un tumor de 3 cm de su mano. El análisis genético desveló que los dos cánceres tenían la misma carga genética, y por tanto confirmó la primera trasmisión por clonación de un cáncer entre humanos.

Agradezco a Elizabeth Murchinson la interesante charla que dio recientemente en Cambridge, de la que he tomado algunas ideas para este post.